sábado, 7 de maio de 2016

La televisión


LA TELEVISIÓN

 “Oigo a todo el mundo hablar del mal tiempo que hace, pero no veo que nadie intente nada para remediarlo”, comentó en una ocasión el irónico Mark Twain. Con la televisión ha ocurrido algo semejante: todo el mundo habla mal de ella, pero nadie parece capaz de inventar algo realmente eficaz para mejorarla. Recientemente algunas asociaciones de telespectadores han decidido tomar medidas para limitar lo que parecen ser sus peores amenazas: el abuso de la violencia gratuita y el exceso de erotismo. Sin embargo, es posible que estos intentos sean ineficaces para curar una enfermedad cuyo diagnóstico sigue sin estar claro. Vamos por partes. En cuanto a los adultos, ninguno declara sentirse influido por el contenido erótico o violento de los programas que se emiten en la actualidad. Lo único que les perturba es el efecto que tales imágenes tengan sobre otras personas, más influenciables o más jóvenes. A pesar de que la atracción de la televisión se dice que es irresistible, nadie parece admitirlo personalmente: cada uno se declara muy capaz de cambiar de canal si las imágenes le desagradan o de burlarse con madurez de los malos ejemplos propuestos en la pantalla. 

Los que reciben los perjuicios de la televisión son siempre, pobrecillos, los otros. 

Pobres niños, pobres adolescentes. Por lo visto, viven solos en sus casas, sin más compañía que sus televisores, que les ofrecen sin tregua tiroteos y escenas de sexo. No hay nadie junto a ellos para comentar las imágenes que ven, para desmentirlas, para reírse juntos de sus exageraciones, para desdramatizarlas, para poner un buen vídeo como alternativa o para apagar la tele y sugerir un saludable paseo. Los padres no tienen tiempo, no pueden estar constantemente encima de los chicos, no hay quien los controle. Lo mejor es que sean las cadenas las que supriman todo lo que resulte incitante o excitante para el público juvenil (es decir, cualquier cosa), de modo que los padres puedan descansar tranquilos… Esta solución me recuerda a la de esos padres que viven desesperados porque sus hijos salen por las noches y reclaman que el 

Gobierno cierre los bares o les imponga un horario muy restringido. ¡Hombre, precisamente ellos, que admiten no ser capaces de mantener en el buen camino a sus propios hijos, deberían comprender mejor que nadie que el Ministerio del Interior nunca será capaz de controlar a los de todo el país! Quien quiera ser padre, que empiece por su casa y no intente quitarse responsabilidades reclamando paternalismos autoritarios para las casas de los demás.

 (Adaptado de El País)

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