LA TELEVISIÓN
“Oigo a todo el mundo hablar del mal tiempo que hace, pero no veo que
nadie intente nada para remediarlo”, comentó en una ocasión el irónico Mark
Twain. Con la televisión ha ocurrido algo semejante: todo el mundo habla mal de
ella, pero nadie parece capaz de inventar algo realmente eficaz para mejorarla.
Recientemente algunas asociaciones de telespectadores han decidido tomar
medidas para limitar lo que parecen ser sus peores amenazas: el abuso de la
violencia gratuita y el exceso de erotismo. Sin embargo, es posible que estos
intentos sean ineficaces para curar una enfermedad cuyo diagnóstico sigue sin
estar claro. Vamos por partes. En cuanto a los adultos, ninguno declara
sentirse influido por el contenido erótico o violento de los programas que se
emiten en la actualidad. Lo único que les perturba es el efecto que tales
imágenes tengan sobre otras personas, más influenciables o más jóvenes. A pesar
de que la atracción de la televisión se dice que es irresistible, nadie parece
admitirlo personalmente: cada uno se declara muy capaz de cambiar de canal si
las imágenes le desagradan o de burlarse con madurez de los malos ejemplos
propuestos en la pantalla.
Los que reciben los perjuicios de la televisión son
siempre, pobrecillos, los otros.
Pobres niños, pobres adolescentes. Por lo
visto, viven solos en sus casas, sin más compañía que sus televisores, que les
ofrecen sin tregua tiroteos y escenas de sexo. No hay nadie junto a ellos para
comentar las imágenes que ven, para desmentirlas, para reírse juntos de sus
exageraciones, para desdramatizarlas, para poner un buen vídeo como alternativa
o para apagar la tele y sugerir un saludable paseo. Los padres no tienen
tiempo, no pueden estar constantemente encima de los chicos, no hay quien los
controle. Lo mejor es que sean las cadenas las que supriman todo lo que resulte
incitante o excitante para el público juvenil (es decir, cualquier cosa), de
modo que los padres puedan descansar tranquilos… Esta solución me recuerda a la
de esos padres que viven desesperados porque sus hijos salen por las noches y
reclaman que el
Gobierno cierre los bares o les imponga un horario muy
restringido. ¡Hombre, precisamente ellos, que admiten no ser capaces de
mantener en el buen camino a sus propios hijos, deberían comprender mejor que
nadie que el Ministerio del Interior nunca será capaz de controlar a los de
todo el país! Quien quiera ser padre, que empiece por su casa y no intente
quitarse responsabilidades reclamando paternalismos autoritarios para las casas
de los demás.
(Adaptado de El País)
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